BIENVENIDO AL LABERINTO

Parece que el viejo Dédalo se resiste a formar parte del Ades y resurge cada día proyectando nuevas construcciones. A la mirada atenta no se le escapan estos laberintos contemporáneos asentados sobre el espacio trans-territorial y deslocalizado en el que hoy vivimos. Emergen cada día estas nuevas formas de un viejo concepto, las cuales a pesar de no encontrarse físicamente en ninguna Creta, encierran peligros tan brutales como el propio Minotauro. Como Teseo nos adentraremos sin miedo dentro de estos nuevos laberintos, recorriendo este non site, con la única y frágil ayuda de los vínculos.

Adelante, valientes, bienvenidos.

lunes, 1 de junio de 2009

LAS LICENCIAS DEL BEATO darán charla para rato.

Cuando se conoció la noticia de la propuesta para la beatificación del canónigo Andrés Zacarías todos los vecinos de su pueblo natal se escandalizaron. De entrada ya les parecía insólito que hubiera prosperado en la carrera eclesiástica, pero el extremo de beatificarlo les resultó muy difícil, casi imposible de aceptar.

Nadie de los que en vida le conocieron se explicaban como había conseguido la canonjía, a tenor de los pocos méritos personales que se le atribuían, y lo que era peor, los defectos manifiestos que se le conocían. La noticia de la propuesta de culto levantó ampollas. Muchos de sus coetáneos sabían con certeza de sus muchos pecados. La iglesia, siempre dispuesta a perdonar, parecía totalmente ciega al respecto, e incluso bien dispuesta a premiarlo injustamente a la vista de las ascensiones concedidas en su carrera. Pero el extremo de proponerlo para el culto resultó ser la gota que colmó el vaso. ¿Quien había certificado las virtudes de este personaje?, ¿cómo se había llegado a este extremo?.

Las primeras reacciones no se hicieron esperar, el obispado de la diócesis comenzó a recibir una avalancha de quejas (más de mil) oponiéndose a la beatificación, en su mayoría provenían de su pequeño pueblo natal, donde más de cerca se le conoció. A pesar de la multitud de quejas que recibió el obispado, al abordar el tema durante sínodo diocesano se tomó la decisión firme de continuar adelante con la propuesta de beatificación. Cuando esta decisión se comunicó en las distintas parroquias el malestar de los feligreses fue en aumento de manera exponencial. A pesar de que algunos de ellos comenzaban a resignarse pensando que probablemente estarían equivocados al respecto de la opinión que se habían formado de esa persona, el sentimiento de la mayoría era el opuesto, se sentían defraudados y engañados por sus padres espirituales. 

La manera en que se desarrollaron los hechos a partir de este punto fue bastante curiosa, algunos de los feligreses más molestos con el asunto comenzaron a aplicar este sencillo argumento, que rápidamente se extendió: "Si Andrés Zacarías una persona reconocidamente pecadora puede ser propuesto y elegido para ser honrado con culto, también yo e incluso mi familia podemos ser beatificados". Así pues se instauró un clima de complacencia con el asunto de la beatificación del canónigo puesto que veían en ello la puerta abierta para la su propia beatificación y la de sus familiares. 

Comenzaron de inmediato la tramitación de las solicitudes de los familiares ya difuntos y el obispado comenzó a colapsarse ante tal avalancha de solicitudes, las mil cartas anteriores de quejas se habían multiplicado por quince, debido a que ahora cada feligrés no sólo enviaba una solicitud, sino que solicitaba la beatificación de casi todos sus parientes.

A medida que transcurrían los días sin que se les remitiera ninguna negativa sobre sus "justificadas" solicitudes, se iba instaurando en el pueblo un ambiente de euforia. Todos proyectaban en su imaginación la imagen de sus familiares queridos beatificados, e incluso lo más alentador: se veían a ellos mismos beatificados en un futuro. Se alcanzó el punto máximo de exaltación cuando se conoció la noticia de que iban a recibir la visita del nuncio. Más de uno sufrió entonces algún pequeño desmayo viéndose ya beato.

En realidad las intenciones del nuncio eran bien distintas. Los inusuales hechos registrados en el obispado no tardaron en conocerse en Roma, donde los prelados cardenalicios a raíz de la inusitada manifestación de devociones solicitadas para su reconocimiento, decidieron enviar a un nuncio papal para que calmara los ánimos y disipara las intenciones de beatificación expresadas por parte de tan enorme contingente de fieles. Así pues el nuncio papal viajó hasta la población y se instaló momentáneamente para resolver el asunto. 

La primera actuación al respecto fue establecer una primera ronda de entrevistas con todos los solicitantes para ver las esperanzas que albergaban y el alcance de sus intenciones. Una vez hecho esto comenzó una segunda ronda más personalizada y delicada con cada uno de los solicitantes donde se les aconsejaba desistir de sus intenciones y se les esgrimía el siguiente argumento: "La iglesia está necesitada de devociones, los hechos de la persona en sí no son relevantes comparado con la ilusión que pueden desencadenar en el resto de la gente con su beatificación", "no dudamos de la veracidad de los argumentos de su solicitud, pero si procediéramos a una beatificación en masa esta perdería su valor, y lo que es más grave, todas las anteriores campañas de beatificaciones también lo harían. En este caso, y como buen cristiano, se deben anteponer con humildad los intereses generales a los personales." 

Verdaderamente,  los argumentos del nuncio sólo calaron en un pequeño grupo de solicitantes, el resto estaban demasiado ilusionados con la posibilidad de beatificarse como para hecharse atrás llegados hasta ese punto. El nuncio viendo la pertinaz actitud que presentaban los feligreses decidió abordar el problema desde otro punto de vista: "Mirad que las beatificaciones que solicitáis no son para vosotros, sino para parientes que ya no viven, y en ningún caso os garantizan que vosotros mismos os convirtáis en beatos. Sin embargo si desistís de vuestro empeño la iglesia os lo sabrá agradecer". Con estas promesas en el aire el nuncio consiguió que desistieran de la intención de solicitud otra parte más, pero el conjunto solicitantes seguía siendo numeroso todavía. Así que el nuncio decidió tomar medidas más concretas y efectivas. Comenzó ofreciendo pequeñas cantidades de dinero a cambio de la renuncia, según veía el empeño y la tenacidad del solicitante iba aumentando la cantidad ofrecida, la regla era simple: a mayor  firmeza en el propósito de solicitud mayor cantidad económica se le ofrecía. Al final casi todos cedían, todo el mundo tiene un límite. Un pequeño grupo de obstinados fueron los que consiguieron las mejores contraprestaciones. El nuncio viendo que el dinero no era motivo suficiente para convencerles decidió agregar un valor añadido a la oferta, les ofreció un viaje a Roma para asistir al acto de beatificación del canónigo, donde podrían ver personalmente al Papa. 

Finalmente el problema fue resuelto, todos quedaron compensados y bien satisfechos con su renuncia. Durante el acto de beatificación del canónigo Andrés Zacarías en Roma, un nutrido grupo de vecinos de su población natal abarrotaban la plaza de la Basílica de San Pedro, todos ellos vestían ostentosos trajes nuevos, y durante el acto agitaban de manera compulsiva pequeñas banderolas blancas y amarillas, incluso más de uno llevaba una pancarta ornamentada con flores donde se exhibía la foto del beato. Sus caras reflejaban la complacencia y el fervor, como algún locutor dijo: en sus rostros se refleja claramente la expresión de exultación y júbilo.

Jaume Garcés
Xaló / Junio 2009   

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